Las
políticas culturales en las relaciones entre los estados no suele ocupar un
lugar destacado en las agendas bilaterales. Sin embargo, las vinculaciones
culturales constituyen la amalgama de cualquier relación duradera entre los
pueblos, ya que permiten establecer vínculos de mutuo reconocimiento,
valoración por la identidad propia y la ajena y una corriente de simpatía
esencial para establecer los niveles de confianza necesarios sobre los que se
desenvolverán las relaciones comerciales, financieras, diplomáticas,
científicas y otras de manera fluida y creciente. De lo contrario, las relaciones
inspiradas en intereses coyunturales y en un contexto de desconfianzas o
recelos, se manifiestan siempre como esporádicas, intermitentes y expuestas a
los vaivenes de circunstancias y estado de ánimo cambiantes.
Asimismo
las relaciones culturales estrechan vínculos entre las personas e instituciones
civiles de los países, enriquecen las posibilidades de emprendimientos comunes
y amplían las vías de autonomía ciudadana y participación democrática.
El objetivo de una integración
cultural sería el de fortalecer entre los pueblos de la región la conciencia de
su identidad histórico-cultural y, en la medida de su logro, incrementar las
posibilidades de una integración política y económica.
Hay que tener en cuenta que esta perspectiva implicaría
alterar el orden y el énfasis en los esfuerzos en pro de la integración, dando
prioridad al aspecto cultural. Se han forjado muchas ilusiones, en los procesos
de integración, tratando de impulsar la unidad de las naciones mediante
instrumentos económicos y políticos de integración, pero la efectividad de esos
esfuerzos ha sido inferior a las expectativas, quizás porque no se ha puesto la
debida atención a los aspectos culturales, que constituyen las bases de la
integración.
La
cultura engendra solidaridades para la integración, basadas en la conciencia de
pertenencia común de sus pueblos. Es a través de la cultura que los hombres
adquieren el sentido de autoconciencia identitaria y de pertenencia, así como
el consenso sobre los valores comunes. La cultura es la gran propulsora de la
integración de nuestros países. Por ello no es considerada una mercancía, sino
el espíritu de un pueblo.
La
cultura es un importante factor de desarrollo de nuestros pueblos, por resultar
fuente de creatividad y promotora de la articulación social. No existen dudas
respecto a que los factores culturales son los que determinan el estilo del
desarrollo económico, social y político. Por ello resulta imprescindible
armonizar la racionalidad de un desarrollo sostenible con los valores y pautas
culturales características de la vida de un pueblo. De lo contrario se fracasa.
La
relevancia de la cultura radica en reflejar una identidad, las ideas y una
determinada una visión del mundo de una sociedad, Estado, nación o grupo
social. Por lo tanto, si las relaciones internacionales pautan el
funcionamiento del escenario mundial, la visión del mundo proyectada por la
cultura estructura la acción y el proceder real del sistema internacional.
La
cultura se vuelve el eje central para comprender el funcionamiento de las
relaciones internacionales. Aquellos monstruos fríos denominados estados, que
tienden a generalizar, deben acercarse a las sociedades concretas, a las
concepciones, y a las visiones del mundo que hay en cada una de ellas.
Todos
los elementos culturales se reflejan en los nuevos espacios multilaterales. En
primer lugar, forman parte de la agenda global y se suman a otros temas
clásicos, como el nuevo orden económico internacional o la discusión sobre las
armas de destrucción masiva. Hoy día, asistimos a una irrupción de lo cultural
en las relaciones internacionales. La cultura, en gran parte de las ocasiones,
guía los discursos de este campo a la par que cobra, progresivamente, un mayor
protagonismo como eje de análisis. La creciente demanda de profesionales y
experto en temas culturales, dan prueba de ello.
Si
pensamos a la cultura como el eje articulador en los procesos de integración,
entendiendo que las regiones son multiculturales y polisémicas, entonces la
idea es que hay que abrirse a la diversidad y pluralidad de enfoques para
estudiar y actuar en esa realidad. Ello implica la apertura a la creatividad,
en la generación y el uso de marcos de referencia tentativos, que de ser
preciso podrán ser modificados en el camino. Hablar de multiculturalidad o
mejor dicho de interculturalidad, es hablar de intercambio entre iguales, de
diálogo de saberes, de escudriñar el
mundo desde la relación con el otro, desde la inter-subjetividad.
Es
posible una integración cultural?. Resulta difícil integrar culturalmente a
todos los países de nuestro continente americano, porque para lograrlo resulta
previa la armonización de elementos identitarios comunes. Debe tenerse en
cuenta que la preservación de la democracia, la lucha por el respecto de los
derechos humanos, la vocación por un desarrollo auto sostenido y el deseo de
insertarse competitivamente en los mercados mundiales no alcanzan para lograr a
cabalidad dicho objetivo.
Jamás
podrá darse una integración de la cultura, en virtud de que la cultura es
plural por excelencia y tratar de unificarla resultará una tarea imposible.
Estamos hablando de algo diferente: de la integración por la cultura. Esta
última no debe entenderse como uniformización, ni asimilación, ni tampoco como
fusión o subordinación jerárquica, sino
como una congruencia significativa de normas y valores sociales. Dicha
integración se raduce en la práctica como unidad en la diversidad.
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